miércoles, 21 de enero de 2015

Que estaba de parranda

La mañana de hoy la he pasado en un tanatorio. No era por nadie que compartiera genes conmigo, sino por un familiar de un compañero. No voy jamás a esos sitios, pero esta vez he hecho la excepción porque a mi amigo se le han juntado varias cosas chungas de golpe y me ha dado la sensación de que necesitaba compañía para desahogarse y, a corto plazo, no iba a haber otro momento. Eso sí, él mismo no utilizó en ningún momento la palabra "desgracia" ni ningún sinónimo; asume que, teniendo su ancestro una edad más bien avanzada y enfermedades dolorosas de difícil curación, lo mejor tanto para la propia víctima como para los que la rodeaban era que el sufrimiento acabara cuanto antes.

Recalco que esta visita es una excepción. Por no ir, no fui ni a contemplar los cuerpos insepultos de mis propios abuelos, hace ya una década en el caso más reciente. No le veo demasiado sentido a tener expuesto al difunto como si fuera un cuadro en un museo y que la gente se apelotone a darle su "último adiós" (lo de "confortar y apoyar" a la parentela está bien como idea... aunque por lo que me cuentan, en la mayoría de los casos supone un agobio añadido que se hace por puro compromiso; seguro que hay circunstancias y momentos más adecuados). Allá cada uno con sus creencias, pero yo no veo en un cadáver más que un montón de carne desprovisto de vida, que sólo se diferencia de lo que vemos en el escaparate de cualquier casquería por la especie animal de procedencia.

Va cada uno a lo suyo. Y lo sabes.
Mientras las diferentes religiones no consigan demostrar la existencia del alma inmortal con que lo justifican todo (de ser cierta su teoría, tanto en el cielo como en el infierno tendría que haber un overbooking acojonante), lo sensato es asumir que un muerto ni siente ni padece, ni se entera de nada si le dejas flores o le lloras o rezas por su salvación eterna. Si le tienes que visitar, decirle o hacerle algo, aprovecha cuando todavía esté vivo. No son pocos los plañideros que jamás tienen presente a alguien, o que si lo evocan es para ponerle verde, hasta que en el momento de estirar la pata todo se vuelven halagos y condolencias (algo en lo que abundaré algún otro día, que se me ocurren ejemplos con nombre y apellidos).

En general, los humanos tenemos unas costumbres bastante extrañas con respecto a la muerte. Nos negamos a asumirla con la naturalidad con la que lo hace el resto de seres vivos, para quienes no es más que otra de las muchas partes del ciclo. Hay todo tipo de rituales para despedirnos del fallecido, muchos de los cuales están concebidos más como acontecimiento social, como forma de dejarse ver y quedar bien, que como auténtico homenaje al finado, cuyo recuerdo sólo queda en la memoria de los más allegados. Hemos desarrollado también infinidad de técnicas, a cuál más creativa, para deshacernos del cuerpo, algo que en origen no tenía más fin que evitar la proliferación de enfermedades. Enterramientos, tumbas, lápidas, nichos, mausoleos, ataúdes más o menos lujosos, cremaciones, cualquier cosa que el ingenio humano sea capaz de imaginar... con tal de, como siempre, hacer negocio hasta el último momento.

A título particular, yo no tengo previsto morirme. Es una ordinariez, le complica la vida a los que se queden aquí y, además, aún tengo tarea por delante en el mundo, que este blog no se va a escribir solo. Pero asumo que algún día tocará. A mis allegados ya les ha quedado claro (y por fortuna muchos, incluidos mis propios padres, son de mi misma opinión, así que no habrá jaleos) que paso de ningún tipo de rollo post-mortem: la pasta que fueran a derrochar en montarme un funeral, que la dediquen si quieren a hacerme regalos ahora. Y que tampoco se gasten un pavo en incinerar ni sepultar ni amortajar ni nada raro a mis muchísimos kilos de humanidad. En un hospital pueden ser mucho más útiles, ya sea para reciclar alguno de mis órganos en forma de transplante o para derivarlo a una facultad de medicina donde investiguen cómo se las ha apañado un tipo tan cochambroso como yo para sobrevivir tanto tiempo. Y si sobra algo, hay muchos jardines que necesitan abono. Al menos, aunque sea a última hora, podré hacer algo más útil que pudrirme en el fondo de un hoyo o contaminar con cenizas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opina, que es gratis.