viernes, 15 de mayo de 2015

Carta abierta a Ángela Conesa

Hola, Ángela Conesa, qué tal. No me conoces de nada, ni falta que hace, pero me permito el lujo de dedicarte unas cuantas líneas porque en los últimos tiempos te has hecho bastante famosa en el ciberespacio. Tu caso está circulando a toda velocidad por las redes sociales (yo te he visto ya tres o cuatro veces en Facebook, aunque por lo visto te han compartido ya ciento treinta y pico mil personas) e incluso algún que otro medio de comunicación serio se ha hecho eco de tu situación. Este blog lo lee más gente (o eso quiero pensar) que a lo mejor no sabe de qué va el tema, así que permíteme que dé una explicación rápida. Tú, si quieres, puedes saltarte el siguiente párrafo, porque te supongo informada.

Tú, Ángela Conesa, tienes un hijo de, presupongo, entre siete y diez años. Tú has querido que tu retoño participe en ese ritual católico llamado Primera Comunión, al que se suele llevar a los críos cuando tienen esa edad. Para ello le has inscrito donde le tuvieras que inscribir, has rellenado todo el papeleo preciso y le has llevado a las preceptivas clases de catequesis. Poco antes de la celebración del acto, la parroquia correspondiente te ha enviado, a ti y al resto de padres, una carta con recomendaciones previas de última hora. En esa carta se afirma, o más bien se recuerda, que hay determinados tipos de convivencia, tales como parejas de hecho o divorciados, son "irregulares a ojos de la Iglesia", y por tanto tienen prohibido tomar la comunión que la propia iglesia da. En la misma nota, además, la parroquia pide colaboración económica, con la excusa de poder sufragar sus gastos cotidianos. A ti te ha indignado que, con una mano, te consideren "irregular" y te nieguen la Comunión, y con la otra te pidan dinero. Por ese motivo, les has contestado con otra carta cargada de indignación, en la que dices que supones que la Iglesia también considerará "irregular" tu billetera, por lo que te niegas a hacer donativo alguno. El caso se ha conocido porque tú misma has hecho pública la situación fotografiando y publicando ambas misivas en tu biografía de Facebook.

En vista de los hechos, Ángela Conesa, he de decir que, pese a que has recibido abundantes muestras de solidaridad y apoyo, yo, desde la imparcialidad que me da mi ateísmo, considero que en este caso estás bastante equivocada. Y no sólo eso, sino que además te acuso de hipocresía. Si tienes un hijo de entre siete y diez años imagino que tú andarás, al menos, por los veinticinco, edad en la que ya se tiene (o se debería tener) uso de razón y conciencia de las cosas. Tú, en tu réplica a la parroquia, te defines a ti misma como católica, matizando que "desde hoy" (con firma de pasado 3 de mayo) simple cristiana. De ahí se deduce que durante tus al menos 25 años de vida has sido católica, y los últimos de ellos de forma consciente y voluntaria.

Lo importante es la coherencia
Eres, entonces, plenamente consciente de que el catolicismo tiene una serie de mandamientos, dogmas y reglas de obligado cumplimiento para los fieles que se consideren como tales. No hay medias tintas: si quieres ser católica, te toca aceptarlos. Es así. Si no te gusta, lo tienes tan fácil como decir que abandonas esta religión y pasarte a cualquier otra más acorde con tus creencias (dentro del cristianismo, por ejemplo, hay mil ramas protestantes de todo tipo y color), o bien, si ninguna te convence, renunciar al culto organizado y ser creyente "a tu manera", o hacerte atea, o lo que te venga en gana. Pero si eres católica, debes cumplir con las reglas católicas. Entre las cuales se incluye expresamente la imposibilidad de romper el matrimonio si no es por la muerte de uno de los cónyuges. Si te divorcias, por los motivos que sean, estás atentando contra los principios católicos y, por tanto, automáticamente dejas de pertenecer a esa confesión.

Divorciarte y seguir considerándote católica es la primera de tus hipocresías. La segunda, mucho más grave, es llevar a tu hijo a hacer la Comunión organizada por una confesión cuyas normas no respetas. Ya de por sí es deplorable que a un chaval que no está preparado para tomar decisiones transcendentales, como supuestamente son las relativas a la Divinidad, le fuerces a participar en los ritos de una confesión determinada, sin saber qué es lo que él creerá o dejará de creer cuando tenga capacidad y autonomía suficiente. Por si fuera poco, le pretendes introducir en una fe que ni tú misma respetas. Es completamente normal que la Iglesia, en cumplimiento de su propia normativa interna, te niegue el "derecho" a comulgar. Es su religión, son sus reglas, con cientos de años a sus espaldas, y si no te gusta, te vas. Como ha hecho tanta gente: como sabrás, el porcentaje de católicos en España es cada vez más bajo, y no pasa nada, el mundo no se ha acabado aún.

¿Cuál es, entonces, el motivo que te lleva a querer que tu niño comulgue? ¿"La fiesta"? ¿"La tradición"? ¿No se supone que para un creyente todo eso debería quedar en segundo plano con respecto a la (presunta) importancia espiritual del acto? No digas que lo consideras "un día especial para la familia", como sostienes en tu texto, porque tu familia no se rige acorde a los preceptos católicos. Aunque te duela, tienen razón. Para ellos eres una irregular. Para mí no, yo opino que cada uno hace con su vida lo que le da la gana, pero para ellos sí. Dale las vueltas que quieras, pero no tienes argumentos para sentirte ofendida.

Me atrevo a decirte una última cosa. Te escandalizas en tu réplica de que, pese a que a sus ojos eres una persona "irregular", el párroco tiene la desfachatez de pedirte dinero. El más que aceptable estilo narrativo en que está redactada tu protesta indica que tienes un nivel cultural digno, el cual te debería servir para saber que, en sus casi dos milenios de historia, la Iglesia se ha dedicado básicamente eso: a sacar pasta hasta de debajo de las piedras. La X en la declaración de la renta, pasar el cepillo en los templos, los diezmos medievales, las bulas, todos los etcéteras que quieras, por los siglos de los siglos. Si hasta el principal símbolo del catolicismo, la basílica de San Pedro en Roma, está construida con el dinero que sacaban a los ricachones de la época vendiendo indulgencias que "garantizaban" un chalet adosado en el Paraíso, lo que fue uno de los detonantes para que a Lutero se le hincharan los huevos y montara su Reforma. Que no hayas tenido en cuenta todo esto es síntoma de, por decirlo de forma suave, una tremenda ingenuidad por tu parte.

Sin otro particular, recibe un cordial saludo.