martes, 25 de noviembre de 2014

No me gustan las mascotas

Hay gente, mucha gente, un huevo de gente, que tiene la extraña costumbre de llenar su casa de bichos de todo tipo. No que se cuelen de fuera, no: los meten ellos aposta. Por algún motivo, les mola convivir con perros (esos seres que exigen que les saques a "pasear", léase a dejar su mierda en la vía pública, unas cuantas veces al día, así llueva, nieve o caiga un sol abrasador), con gatos (y sus montones del pelo, y su necesidad instintiva de afilarse las garras con lo que pillen, sin respeto alguno por los cientos de euros que haya costado el sofá), o peor aún, con el ser que esté de moda en cada momento.

Créeme, que lo he visto: existen personas que tienen en sus domicilios cosas que costaría encontrar en un zoológico. A muchos le van las ratas, o como dicen los pijos, "hámsters". Otros optan por reptiles, tortugas los más normalitos, serpientes e iguanas los que están peor de la cabeza. Hay a quien le da por los pájaros para montarse no se sabe si su propio orfeón o su propia película de Hitchcock.

Mayormente se dedican a esto
La excusa habitual es que se tienen "para dar compañía". Miles de años de evolución en que los humanos hemos sublimado el arte del lenguaje y la comunicación a niveles inimaginables, siete mil millones de personas en todos los rincones del planeta, y resulta que nos tiene que dar "compañía" un chucho. O peor aún, un gato, ese ente aprovechado, parasitario, que en cuanto le eches de comer pasará de ti y se largará a vivir su vida hasta que tenga hambre de nuevo.

Y es normal. Nótese que el título de este texto es que no me gustan "las mascotas", no los animales. Los animales me encantan, unos más que otros, con predilección por los que se puedan asar o freír. No hace falta ser un observador muy atento para darse cuenta de que, aunque la viceversa sí es posible, los animales no son humanos. Y, tal como nos enseñaron en el cole de pequeños, los humanos vivimos (cuando nos dejan) en casas, mientras que los animales tienen madrigueras, nidos, guaridas o lo que a cada uno le dicte su instinto que se debe montar. Su función en la vida no es "acompañarnos", sino vivir como corresponda a cada uno de ellos por naturaleza.

¿A cuento de qué, entonces, tanto empeño en encerrar a los animales en las casas? ¿Acaso a ellos les hemos preguntado alguna vez si les apetece? ¿Sabemos si ellos quieren ser "mascotas"? ¿Hay forma de descubrir si, lo mismo que nosotros nos hemos encaprichado por tal o cual perro, ellos nos habrían elegido a nosotros? ¿No es cruel mantenerlos enclaustrados en entornos diseñados a nuestra humana medida, totalmente hostiles para ellos, en los que no tienen libertad para moverse como y donde quieran? ¿No es la domesticación (la que no sea estrictamente imprescindible para la supervivencia, entiéndeme, que tampoco abogo por volver a la época de cazadores y recolectores) una imposición unilateral basada en un abuso de poder ("somos más inteligentes") y, en el fondo, una forma de esclavitud en la que "compramos" y "vendemos" seres vivos, con tiendas especializadas y hasta industrias eugenésicas de crianza?

Pues eso, que no me gustan las mascotas. Y que cuando quiero ver animales, me voy al campo, que es su sitio.

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