viernes, 21 de noviembre de 2014

Cagarse en Dios es redundante

Un martillazo que se desvió más de la cuenta en el intento frustrado de clavar una alcayata para un cuadro. Una pieza de la carísima cristalería de La Granja que, en un descuido, escogió el suelo en vez de unos labios para su último beso. Un nuevo suspenso del crío en el examen de Conocimiento del Medio. Tira tú y adivina cuál fue el motivo. Las cochambrosas paredes de pladur que abundan en los bloques de pisos modernos, aunque no lo parezca, son suficientemente aislantes como para no poder enterarse de una casa a otra de cuál fue la causa del desastre que sufrieron en el tercero. El taco, eso sí, se escuchó con una nitidez que ya la querrían muchos sistemas Dolby Surround.

Los españoles (y supongo que, por extensión, los sudamericanos, aunque el tópico diga que ellos son más exquisitos en materia de uso del lenguaje) somos posiblemente los más escatológicos del planeta a la hora de blasfemar. Los italianos aluden a animales de pureza discutible (porco Dio!), los ingleses trasladan hasta este ámbito su obsesión por el sexo e incorporan su fuck a todo. Nosotros, en un alarde de sutileza y elegancia, nos cagamos. En lo que tengamos más a mano, pero en los casos extremos a por quien vamos es a por el Altísimo. Debe de joder que un simple mortal que Él mismo creó de barro o de costillas, según la variedad, le llene de mierda hasta el cuello.

El Único y Verdadero
Si lo piensas bien, tampoco tiene mucho sentido este uso tan marrón del lenguaje. Si crees en su existencia, asumes que está en todas partes; por tanto, escojas el sitio que escojas para hacer tus necesidades, sea un trono, una letrina más o menos turbia, en medio del campo o cualquier otro lugar que tu imaginación te dé a entender, Él se encontrará allí y tu producto interior bruto le caerá encima inevitablemente, por muy meapilas que seas. Si no crees, estás insinuando que defecas sobre algo que no existe, con lo que te podrán tomar por lunático... o, si eres Stephen Hawking, podrás desarrollar una fascinante teoría sobre los agujeros negros y su capacidad para tragarse mojones.

Es simplemente una forma de hablar, un recurso lingüístico al que no merece la pena dar tantas vueltas, dirás. Sí, pero no. Estoy de acuerdo en que el asunto realmente no tiene mucho recorrido (como mucho, el palmo que haya desde el extremo último de tu tracto intestinal al fondo de la taza), pero este giro lingüístico, como cualquier otro, refleja mucho sobre la personalidad colectiva del pueblo que lo elige para expresarse. Y define muy a las claras lo que hemos sido toda la vida en España: una panda insoportable de beatones histéricos que, en cuanto tenemos oportunidad, nos pasamos los mandamientos por el forro.

Porque de hipocresía, en esta tierra, siempre hemos andado sobrados. Nominalmente, la abrumadora mayoría se dice católica. Pero dentro de esa mayoría, a su vez un porcentaje amplísimo dice ser "no practicante". Léase "me gusta montar la fiesta del bodorrio, el bautizo y la comunión, pero ir a rezar los domingos me da una pereza de cojones". Estoy seguro de que, si se hace una encuesta, buena parte de los que tienen cumplidos todos los sacramentos luego es bastante atea, o su variante metrosexual, "agnóstica". Apuesto a que ni siquiera muchos curas se creen el cuento. Que es normal, porque mirándolo fríamente no hay por dónde cogerlo. Pero eso es otra historia que ya si eso dejaré para otro día.

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