En el fondo, muchos de estos casos son comprensibles, y hasta se pueden llegar a perdonar, porque se deben no a la mala fe, sino al desconocimiento puro y duro. Incluso los lingüistas, quizás demasiado indulgentes, acaban admitiendo como válidas algunas de estas aberraciones. El problema llega cuando el uso erróneo se hace de forma torticera, con la intención de obtener beneficio y justificar comportamientos de legitimidad dudosa.
¿Quieres un ejemplo? Te lo doy. El diccionario define claramente, aunque con un punto de cursilería, la palabra "respeto" como la veneración o el acatamiento que se le hace "a alguien". No "a algo", no a entes abstractos, sino a seres humanos con nombre y apellidos. Yo puedo respetar a quien dice algo (si se lo merece, que esa es otra), pero no tengo por qué demostrar ningún tipo de deferencia particular a las ideas que le dé por soltar, por muy sagradas que sean para él. Todo razonamiento, se refiera a lo que se refiera, está sujeto a crítica y debate. En eso se basa, precisamente, la libertad de expresión de la que tanto presumen los gobiernos.
Mayormente así funciona el mundo |
Curiosamente, estos que piden "respeto" por lo suyo están tan convencidos de tener la razón que luego son los primeros en ridiculizar las creencias ajenas, alternando entre la condescendencia y la agresividad según hayan desayunado esa mañana. Y no sé a ti, pero a mí no me apetece lo más mínimo admitir algo sólo porque lo dice alguien supuestamente importante. La Edad Media ya quedó atrás, así que quien tenga algo que aportar al mundo y quiera ser tenido en cuenta, que lo argumente y esté dispuesto a pelearse con sus detractores, sin asumir que le van a reír la gracia por su cara bonita. Porque, como dice un amigo mío, si no quieres que se rían de tus creencias, no tengas creencias tan graciosas.
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